jueves, 8 de mayo de 2014

En 1877 Kropotkin afirmaba: «¿Qué hacer para mejorar el sistema penal? Sólo hay una respuesta: nada. Es imposible mejorar una cárcel. Con excepción de unas cuantas mejoras insignificantes, no se puede hacer absolutamente nada más que demolerla.» (Piotr Kropotkin, Las Prisiones).
Hacemos esta jornada hoy, en una ciudad con sus barrios sitiados por la gendarmería, helicópteros vigilando todo el día y, como frutilla del postre, un proyecto de los diputados del oficialismo para controlar la protesta, hermanados con la oposición, como no podía ser de otra manera, a la hora de reprimir.
La crisis mundial se empieza a sentir con más fuerza en la región argentina después de un par de años en los cuales se repetía como loros que la pasaríamos por al lado. La inflación y el impuesto al salario han recrudecido aún mas las condiciones de vida de los trabajadores, ocupados y desocupados.
En este contexto es cuando se multiplican las protestas y las movilizaciones, aunque solo sean para “vivir mejor” y la mayoría carezcan de consignas revolucionarias. Se sale a la calle para pelear por el salario, por mejores condiciones laborales, por trabajo, etc. Para la burguesía eso ya es motivo de alarma y prepara el terreno para que la disconformidad no rebalse los canales legales y políticos.
Este es por ejemplo el caso de los petroleros de Las Heras, que sin embargo, va mas allá de ellos, convirtiéndose en un ataque y en un intento de meter miedo al resto del proletariado.
Como si habría que dudar del papel represor del Estado hacia el proletariado, la realidad se impone una vez más. Esta función es intrínseca a la sociedad de clases en la que vivimos. Cada vez que le sea necesario el Estado no dudará en controlarnos, encerrarnos en cárceles y asesinarnos.
Desde la imposición del trabajo asalariado, hace más de dos siglos, han ido también expandiéndose las instituciones de control sobre la población: policías y cárceles.
En un mundo donde se nos priva de todo, se hace necesario para la burguesía controlar y amedrentar a los proletarios a fin de que cumplan su rol sin cuestionarlo. Solo trabajar y consumir.
La persecución y el encierro se hacen más terribles, ya no sólo cuando se quiebra la ley y se viola la propiedad privada de manera individual, como el delincuente común, sino cuando existe una práctica que intenta extender estos delitos con objetivos revolucionarios. Y es que la revolución solo puede hacerse violando y aboliendo estos dos principios y derechos burgueses. Todos los revolucionarios son en determinado momento delincuentes al evitar y negar el lenguaje político del Estado ya que, como bien decían unos compañeros franceses en los '80: «(…) el fin que persiguen los partidarios del Estado y los defensores de la sociedad existente es que los pobres no sepan hablar más que para dirigirse a sus amos. (...) Esta mentira, que no data precisamente de ayer, tiene la finalidad de civilizar, una vez, la revuelta de los pobres.» (Os Cangaceiros, Prisioner Talkin'Blues)
Así fue históricamente y por eso el proletariado revolucionario a través de los tiempos cuestionó y rechazó las cárceles, porque la situación de los llamados presos políticos y de la mayoría de los presos en general es parte de la dictadura de la propiedad privada sobre la vida.
Recordemos y aprendamos de la campaña que mantuvo el proletariado durante veinte años para conseguir la libertad de Simon Radowisky, preso en la cárcel de Usuhaia, incluyendo la ejecución de planes para su fuga. De las huelgas y disturbios que se vivieron en -literalmente- ¡todo el mundo! para salvar a Sacco y Vanzzetti de la pena de muerte. Desde Tokio a Londres, de París a Barcelona, aquí en Rosario y en Buenos Aires, donde además de los multitudinarios mitines se realizaron atentados al City Bank y a la embajada norteamericana.
O también la campaña sostenida por más de diez años en favor de los presos de Bragado, víctimas de uno de los tantos montajes contra el proletariado surgido del golpe de Uriburu.
Más acá en el tiempo, acordémosnos de la experiencia durante el franquismo de la Coordinadora de Presos en Lucha, constituida no sólo por presos políticos sino incluso por presos comunes. O de las diferentes manifestaciones, también a nivel mundial, para pedir la libertad de los compañeros de Chile encerrados a causa de los llamados “Caso Bombas” ya concluido, y "Caso Security" aún en vigencia y en juicio.
Hoy también con los petroleros de Las Heras empiezan a asomar en esta región y a nivel mundial diferentes manifestaciones de apoyo para lograr su completa libertad.
Asímismo advertimos que, para enfrentar la represión, debemos además esquivar las falsas criticas que se escuchan a menudo por parte de organizaciones políticas, incluso de aquellas autoproclamadas revolucionarias.
Una de estas falsas críticas es que la revela que las fuerzas de seguridad han logrado una gran autonomía del Estado y que, por lo tanto, su accionar es incontrolado.
Otra, similiar, es aquella que plantea que la corrupción ha penetrado demasiado dentro de estas fuerzas y es necesario depurarlas.
Finalmente está la que cree que este gobierno es el gobierno de los Derechos Humanos y que por ende es incoherente que reprima.
Veamos. Las dos primeras afirmaciones no hacen más que deslindar responsabilidades de la burguesía en la represión. Si bien es cierto que las fuerzas represivas están podridas de corrupción, en ningún caso se pueden pensar como autónomas del Estado. Todo lo que hacen, desde liberar zonas o introducir droga en un barrio o en una cárcel, hasta asesinar a balazos o con gas lagrimógeno a proletarios en lucha, depende de desiciones e intereses politicos del oficialismo o la oposición. Aún cuando estas fuerzas fueran extremadamentes "limpias" sería lo mismo y su función no cambiaría para nada, ya que seguirían siendo los defensores de la miseria cotidiana. Esa es su función.
Obviamente esto tira por el suelo las falsas soluciones ciudadanistas de la izquierda: asambleas para elegir comisarios, jefaturas o comisarías bajo el control de vecinos, apoyo de estos grupos a los reclamos salariales de la policía a fin de “educar” o “influir” en ellos. Soluciones que no son otra cosa que elegir la bala con la que van a matarnos. Estas practicas desvían la verdadera lucha: acabar con la explotación capitalista y la propiedad privada a fin de que estas instituciones no tengan sentido de ser.
Y sobre los Derechos Humanos: éstos y la represión conviven perfectamente. No son más que una careta amable del ciudadanismo que no hace más que remachar la vida dentro de la ley y el orden. Los DDHH nada tienen que ver con no reprimir, porque son válidos en tanto no se quebrante la ley y sigamos con las obligaciones que la burguesía impone. Dijo Marx en 1844: «Ninguno de los llamados derechos humanos va por tanto mas allá del hombre egoísta, del hombre como miembro de la sociedad burguesa, es decir del individuo replegado sobre sí mismo, su interés privado y su arbitrio privado y disociado de la comunidad.» (Karl Marx, La cuestion judia)
Podemos tener DDHH, pero todo los días nos enfrentemos con la miseria material y espiritual de nuestras vidas cotidianas, el trabajo, el dinero, la contaminación. Y si osamos rebelarnos y salirnos de los canales ciudadanos dispuestos para reclamar, caen el Estado con sus DDHH y nos acribilla. Es el legalismo extremo. Es la igualdad del Capital.
La lucha revolucionaria va mas allá de los DDHH y estos últimos doce años en la región argentina lo demuestran tajantemente. Los DDHH pueden estar plenamente vigentes, cualquier gobierno más o menos despierto los puede acuñar, en tanto no afectan en lo más mínimo los intereses del Capital.

Es necesario reconocer nuestro lugar, dejar atrás absurdas divisiones burguesas y hermanarnos todos los proletarios del mundo contra la cárcel y sus defensores, contra el Capital, por la vida.


¡Los petroleros de Las Heras somos todos! ¡Tocan a uno y nos tocan a todos!